lunes, 27 de abril de 2009

a pesar de su presencia constante


 Ayer coincidieron mirando un escaparate dos hijos de un mismo hombre con mujeres distintas. No se conocían, ni se vieron; tampoco volverán a estar cerca aquellos hermanos. Morirán sin saberse, sin haber podido sospechar siquiera la existencia del otro. Una música que me gusta brota de los auriculares que tan bien se insertan en el cartílago. El volumen es alto, pero no lo suficiente como para escapar de conversaciones ajenas, intermitencias sonoras inevitables en el paseo de la bestia social. En una de ellas, el que habla pronuncia la misma palabra que suena, acompañada por una melodía, en la canción que escucho en ese momento. Mismo sonido, mismo lugar y al mismo tiempo, en dos contextos absolutamente distintos. No siempre lo nota uno cuando pasa algo así, pero aquella palabra tiene ya otro sabor para mi memoria. En el Metro un hombre lee la edición inglesa de un Best Seller Internacional, mientras sentada a unos pocos pasos en el mismo vagón, una mujer pasa la vista por la versión en castellano del mismo texto. Ayer un chico te miró por la calle; por lo visto, algo en ti le recordó un momento de su infancia. Cuando volváis a coincidir de aquí a unos años, en la boda de tu primo, ni siquiera os veréis y no pasará nada. Todos los días recorremos un laberinto de paredes invisibles. Traspasamos algunas, otras nos frenan y obligan a cambiar nuestro rumbo; normalmente no nos damos cuenta en ninguno de los dos casos. De vez en cuando, encontramos la salida y volvemos a entrar, ignorando el paraíso que esperaba fuera de nuestra mente. Nos gusta imaginar que somos el piloto, aunque normalmente nos comportamos como el coche de choque, conducidos por otros quizá igual de ciegos, desconociendo los chispazos en la retícula de metal que construye, allá arriba, el canal que recorremos avanzando siempre hacia la extraña meta.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario