jueves, 7 de enero de 2010

Aquí estaré



Tardé en volver por allí, y aún sigo sin tener claro porqué lo hice. Quizá de vez en cuando necesito asomarme a la ventana de los días sucios, cuando todavía se podía defraudar a alguien. Cuando nos dejaban amagar sin tener que huir del espejo, tan vigilante él.

sábado, 11 de julio de 2009

¿Te atreverás a esperarme?


 Y entonces volví. Cuando ya nadie esperaba algo así, cansados los espectadores de un amago y otro y otro. Volví y parecía que nada nos hubiese atropellado, y el pasado se veía a través de un filtro que también atenuaba el presente. Y volví a sentirme fuera de sitio, pero ahora sabía que no había dónde huir, ni fuerza para intentarlo.  Así que siéntate a mi lado, y a ver quién ve pasar antes el cadáver del otro.

viernes, 10 de julio de 2009

cuya marcha nos pregunta


 La desaparición del silencio no mejoró precisamente las cosas, aun cuando todos parecíamos acostumbrados a todo. A veces, por pura vecindad, me cruzo con uno de ellos cerca de casa (no sé si más cerca él o yo), y su mirada suena como si quisiera preguntarme por qué me fui. Como si a estas alturas tuvieran que hacerse los sorprendidos, como si no supieran lo que devuelve el espejo. Ni que tuviera yo que decirles lo que saben, sólo porque no quieren oírselo decir a sí mismos.

lunes, 27 de abril de 2009

a pesar de su presencia constante


 Ayer coincidieron mirando un escaparate dos hijos de un mismo hombre con mujeres distintas. No se conocían, ni se vieron; tampoco volverán a estar cerca aquellos hermanos. Morirán sin saberse, sin haber podido sospechar siquiera la existencia del otro. Una música que me gusta brota de los auriculares que tan bien se insertan en el cartílago. El volumen es alto, pero no lo suficiente como para escapar de conversaciones ajenas, intermitencias sonoras inevitables en el paseo de la bestia social. En una de ellas, el que habla pronuncia la misma palabra que suena, acompañada por una melodía, en la canción que escucho en ese momento. Mismo sonido, mismo lugar y al mismo tiempo, en dos contextos absolutamente distintos. No siempre lo nota uno cuando pasa algo así, pero aquella palabra tiene ya otro sabor para mi memoria. En el Metro un hombre lee la edición inglesa de un Best Seller Internacional, mientras sentada a unos pocos pasos en el mismo vagón, una mujer pasa la vista por la versión en castellano del mismo texto. Ayer un chico te miró por la calle; por lo visto, algo en ti le recordó un momento de su infancia. Cuando volváis a coincidir de aquí a unos años, en la boda de tu primo, ni siquiera os veréis y no pasará nada. Todos los días recorremos un laberinto de paredes invisibles. Traspasamos algunas, otras nos frenan y obligan a cambiar nuestro rumbo; normalmente no nos damos cuenta en ninguno de los dos casos. De vez en cuando, encontramos la salida y volvemos a entrar, ignorando el paraíso que esperaba fuera de nuestra mente. Nos gusta imaginar que somos el piloto, aunque normalmente nos comportamos como el coche de choque, conducidos por otros quizá igual de ciegos, desconociendo los chispazos en la retícula de metal que construye, allá arriba, el canal que recorremos avanzando siempre hacia la extraña meta.  

viernes, 6 de marzo de 2009

como algo que no suele gustarnos


 Un día como otro cualquiera, la cabeza de Morgan Van Triste se convirtió en una caja de galletas danesas. Cuando fue a lavarse la cara como todas las mañanas, asustado por el sonido del agua salpicando sobre el metal, se miró en el espejo y se habría quedado boquiabierto si en aquel momento pudiese tener algo parecido a una boca. Lentamente leyó (no es fácil leer al revés, y menos en extranjero) Danish Butter Cookies Biscuits au Beurre Danois y tomó conciencia de su desgracia. A partir de aquel momento, todo fue de mal en peor. En pocos días perdió el trabajo, los amigos le dieron la espalda y sus parientes fueron dejando de invitarle a los eventos familiares, con todo tipo de excusas increíbles. Incluso su novia de toda la vida lo abandonó a raíz del cambio, sustituyéndolo por un vecino auxiliar de banca, cuya cabeza acababa de convertirse en un cenicero de Cinzano bastante más elegante que las galletitas, dónde va usté a parar. Lo peor, para su desgracia, estaba aún por llegar.
 Y lo peor era que, primero los niños del vecindario, secundados más tarde por muchos adultos de la ciudad, se empeñaron en abrir la caja-cabeza, llevados por la curiosidad que les provocaba lo que ésta pudiera contener. Así las cosas, era frecuente (dentro de lo poco que iba saliendo de casa) ver a Morgan Van Triste correr delante de grandes y chicos, sujetándose la caja con una mano, no fuera a abrírsele por el camino. (Conviene hacer constar, llegados a este punto, que MVT llevaba en aquellos días una vida forzosamente sobria -primero por su recién estrenado estatus de parado, y segundo por que curiosamente, a raíz del cambio no necesitaba comer ni beber, con lo que ni siquiera él sabía lo que podía haber en su cabeza, que no había abierto por miedo a lo irreparable- por lo que no pisaba la calle sino muy de vez en cuando, cuando era imposible pasar sin las caricias del viento mordiendo la chapa). En la última de estas persecuciones, al doblar una esquina cerca ya de su casa, se dio de bruces con un armario que descansaba en la acera antes de embarcarse en la mudanza que le correspondiese. Como consecuencia del choque se abrió la cabeza-caja, cuya tapa rodó varios metros calle abajo antes de posarse en un bordillo. De su interior salieron despedidos todo tipo de miedos (siendo el pánico a la soledad el mayor de ellos), alguna que otra frustración, traumas de diversos calibres y una galleta danesa bañada en ácido lisérgico. Al irse levantando por su pie, los vecinos vieron admirados que el exterior de la cajita estaba impecable, sin una mala abolladura. Una vez erguido, Van Triste pareció mirar a la concurrencia desde el fondo circular y dorado de la cara que no tenía, empezó a recoger sus cosas del suelo, se puso la tapa y se fue.  

de una vez y para siempre

Lo feliz que habría podido ser yo, de no haber sido por mí.

jueves, 5 de marzo de 2009

una instantánea que nos define


 No deberías llorar en la esquina ni culpar al prójimo. Si te trato como a un perro es porque nunca te ha interesado merecer tratamiento de hombre. Bastante me sacrifico humillándote, como para que encima vengas aquí haciéndote la víctima. Hay que joderse.